Acurrucada
en mi cuerpo se protege el alma de todo aquello que dolerle quiere. ¡Infeliz! No
sabe que soy yo, su dueño, quien más daño puede hacerle. Hay momentos en que
otros brazos la cuidan, otros labios la llaman y se amamantan de ella, otra voz
explora, con las mismas palabras, su sentir, otra risa enciende su mecha y estalla
en mil colores, mientras los cuervos de la memoria vuelan sobre otros horizontes
persiguiendo el arco iris de lo que no pudo ser.
A la que me
descuido, ya está brincando como loca al son del latir de otro corazón y me
pregunto si seré capaz de contenerla. Ocasiones no me faltan para pensar que es
más grande que yo mismo ni para creer que la dejé nadando en un charco de
lluvia de la madrugada, sacándole los colores a la luna, traviesa de alegrías y
esperanza.
Jto