Titúlalo tu



Acurrucada en mi cuerpo se protege el alma de todo aquello que dolerle quiere. ¡Infeliz! No sabe que soy yo, su dueño, quien más daño puede hacerle. Hay momentos en que otros brazos la cuidan, otros labios la llaman y se amamantan de ella; otra voz explora, con las mismas palabras, su sentir; otra risa enciende su mecha y estalla en mil colores, mientras los cuervos de la memoria vuelan sobre otros horizontes persiguiendo el arco iris de lo que no pudo ser.

A la que me descuido, ya está brincando como loca al son del latir de otro corazón y me pregunto si seré capaz de contenerla. Ocasiones no me faltan para pensar que es más grande que yo mismo ni para creer que la dejé nadando en un charco de lluvia de la madrugada, echándole piropos a la luna, traviesa de alegrías y esperanzas mientras mi soledad se pudre en la soledad de este campo de otoño.

Y ya me siento bien, entero, pese a haber dado tanto pues lo que queda es lo que soy y lo que di lo tenía de sobra. Y ya me siento bien para volver a darlo todo pues no conozco otra manera. Y ya me siento bien porque he arrancado todas las espinas de mi corazón y he cosido sus desgarrones con las agujas de un reloj y le he puesto petachos con mi nombre para que no olvide que solo yo soy su dueño.

Jto

Olas de sal y vida







No quiero manzanas mordidas por los dientes afilados de falsas Evas. Ni quiero serpientes que, enroscadas, sonríen desde árboles de arcanos conocimientos. Ni quiero paraísos soñados, escondidos, perdidos, sin caminos. Ni quiero el arcoíris que anuncia la muerte de las lluvias como el neón luminoso de una céntrica ciudad. Ni quiero el rumor de la arena de las playas en que se alejan las olas.


Quiero la palabra que me ofrezcan tus labios y la entereza de saber que es lo que siempre había esperado. Quiero los perros de la experiencia, del dolor, del error que me fortalecen y me hacen ser mejor de lo que soy. Quiero campos nuevos en los que hollar sendas, sembrar jardines. Quiero el tabalear de la lluvia en el alfeizar de la ventana, el fragor del trueno sobre un tejado de cañas, el fucilazo imprevisto del rayo sobre el monte. Quiero los mares que vomitan olas que se arrollan unas a otras, que golpean acantilados y los convierten en playas.

                                                                                                                                                                            Jto