Tras el mirar de pestañas heladas
y el fuego de cien corazones no quiero más que la nieve me alumbre y la lumbre
me ciegue. Sin pensar, cuesta abajo me lanzo y en múltiples volteretas se
deshace mi yo, envuelto de harapos, que como trapos dejo los lienzos de mi
pasado. Responderé sólo por mis alegrías que hasta las puñaladas he olvidado y
si tengo nuevos pesares en los telares de tus manos las prenderé, allí donde
como una maga haces volar ideales. Si me sigues mirando, no respondo, que me
conozco y no tengo freno ni ancla ni correa que me sujete que aún no ha nacido
el monaguillo que me dé la última unción. Si me sigues hablando ya no podré
olvidarte y desearé habitar en ti y no separarme más que para dar otra calada
de este sol de invierno.
Jto
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