A mi yunta le sobran bueyes


A mi yunta le sobran bueyes. Me basto y me sobro para tirar de este carro que, aunque desvencijado, está adornado de vistosos colores y cargado de las buenas intenciones que encontré entre unas zarzas por el camino. También encontré entre esas zarzas un alma que alguien había dejado tirada porque ya no le servía. Curé sus heridas con ron, recosí petachos sobre sus desgarrones con las agujas de un reloj, lavé su corazón con las lágrimas de cien mariposas y le ofrecí como alimento las migajas de las nubes que se negaron a marchar al sur. Cuando abrió sus ojos y me sonrió, no me sorprendió reconocer en ese alma agradecida a la mía propia. Sin duda, en otro tiempo, erré perdido sin la brújula de la paciencia, sin amor a mí mismo.
Ahora, mi alma y yo, como uno solo bebemos del mismo vaso y reímos y jugamos y nadamos sobre mujeres que, como las olas, no tienen nombre y vuelven una y otra vez a golpearnos sobre las viejas heridas que no acaban de sanar, que no paran de sangrar y que no dejarán de doler jamás. No hay beso sin labios ni amor sin dolor. Pero no nos entregaremos, mi alma y yo, al sufrir; no bajaremos la guardia ni golpearemos primero. Y caeremos cien veces y nos levantaremos de nuevo con la sonrisa del que sabe que nada puede perder porque nada tiene; y quemará la melancolía todo alrededor de nuestro fresco emparrado de alegría y esperanza; y el desdén nos hará muecas desde el fondo de la barra donde bebe junto a la envidia y la ignorancia. No, no nos rendiremos mi alma y yo y, como uno solo, seguiremos tirando de este carro desvencijado. A mi yunta le sobran bueyes.


Jto     

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