In Litera Veritas est (o algo así)


Al principio se hizo la luz y con ella se vio al castellano. Apareció incluso antes de que hubiese un animal (mono, pájaro o pescado) capaz de pronunciarlo. Y esto fue así porque lo realmente excelso se presenta sin ser necesario, como el oro o los diamantes. Es el idioma, no nos engañemos, que se hablaba a orillas del Éufrates y el Tigris, en las riberas del Nilo, que gritaban los bañistas en el Indo o los pescadores del Yangtsé. Es el idioma que, degradándose paulatinamente, originó el resto de lenguas. Es el idioma de Dios y de Caín ya que es un idioma construido para el engaño, la burla, la incomprensión, la ofensa, que es muy rico, sí, pero en construcciones engañosas, en falsas apariencias, en interjecciones, en dobles, triples o múltiples sentidos, en términos ofensivos, vejatorios o salaces, siempre dispuesto al insulto, al menosprecio, al menoscabo del contrario aunque también ha permitido las más excelsas oraciones de la poesía, la novela y el teatro mundiales. Con él es convencida Melibea del conveniente Calixto por una ex meretriz metida a política; con él corteja un Juan a una Inés a la luz de una luna clara en un ambiente exento de humos; con él se nos encoje el corazón al desvelarnos Segismundo que la vida es un sueño mientras pasea a su perro insomnio por su celda; con él se burla el Poeta del vate cordobés por su judaica nariz; con él nos narra el prisionero su paso por los baños de Argel que descubrimos muy poco higiénicos; con él, en fin, se han escrito los más hermosos pensamientos y, sin duda, las más grandes mentiras.

Se ha perdido el lirismo para siempre y no me refiero al que toma la forma de estructuras perfectamente clasificables en cuartetos, sextetos, quintillas y sonetos sino en aquel que impulsaba a enviar “unas escasas letras que te muestren mi sentir” a una adorable joven que leía a la luz de una vela los treinta y dos pliegos remitidos a lomos de caballería, a través de sierras repletas de bandoleros, lobos y alguna prófuga ave de corral, por un joven que conservaba un retrato de la adorable lectora poco fiel con el original o quizás fuera poco fiel la joven con el adorable retrato.

No es de extrañar, por tanto, que en los tiempos corrientes nos mandemos “tuis”, nos “guasapeemos”, recibamos “meils” y todo ello repleto de una ingente ausencia de conocimiento de las más elementales normas básicas de ortografía y del más puro desprecio por aumentar nuestro parco léxico por el que podemos hacer un pastel, un edificio o un examen sin abandonar el mismo verbo.

Para concluir, porque se consumen tinta, vela y papel a la par y ya me estoy escribiendo en el puño de la camisa, estamos acabando con el idioma de dios, el más humano y por el que somos envidiados, en general, por el resto de bestias y alimañas que no pueden emitir más que algún fragmento de alfabeto.     Jto.

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