Asomado al
balcón de tus ojos
contemplo la
noche que desnuda
yace ligera
y gentil, serena y muda,
en un montón
mugriento de harapos.
Risueña te
contoneas “¿qué quieres?”
Y yo, ciego
y sin apartar la mirada
doy otro
trago, pego otra calada,
“Lo que
entre las piernas tienes”.
Y comienza
la incruenta batalla,
el vaivén,
el “¿qué me haces?”,
los gemidos,
los sudores
y el
cacharro que me estalla.
Y tomas de
nuevo la iniciativa
y me amorro
sediento a tus pechos
y sin
registrar no dejo un hueco,
princesa, y
ganamos la partida
dejando
las sábanas para trapos.
Jto
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